8 de mayo de 2010

THE FERAL HUMAN ANIMAL





¿Alguna vez le has mirado a un lobo directamente a los ojos? Probablemente no, y aunque los hayas visto en sus manadas en la pantalla del televisor nunca has tenido el privilegio de encontrarte con uno cara a cara. ¿Qué tienen esos ojos? Hay algo ahí que dice, “No importa lo que hagas, amigo, no me vas a domesticar”.

La gente que tiene a sus pequeños perritos de juguete con sus bonitos cortes de pelo, que son un insulto a la naturaleza, cree que han domesticado al animal, pero no lo han hecho. Creen que este descendiente de lobos es “el mejor amigo del hombre”, hagan lo que hagan contra él. Menuda montaña de basura. Cada perro domesticado durante miles de años puede estar condicionado, poseído y maltratado, pero en realidad no se le ha domeñado.

No importa la apariencia de ese animal, aún conserva en algún sitio ese espíritu que el ser humano todavía no ha machacado y distorsionado del todo.

Démosle las gracias a la naturaleza por ello.

Los criadores crían razas, pero el lobo interno se mantiene. En su forma canina, esa magnífica criatura ha perdido su organización y su capacidad de sobrevivir, pero aún está ahí, lista para despertar.

Los perros de manadas sueltas, que llamamos salvajes, vuelven con bastante rapidez a la condición salvaje.

Su maravillosa jerarquía lobuna aún se debate entre la locura humana, pero si los dejáramos a su aire unas seis generaciones, el lobo volvería, junto con su mirada lobuna. Esa mirada la vemos claramente en Lu-na, la sharpei china que tenemos... Sus ojos lo dicen todo... Nobles e indomables sin duda.

Los otros cuatro sharpeis que tenemos no tienen ese elegante cuerpo de lobo, pero sí lo que otros llaman terca obstinación y nosotros llamamos espíritu, el Shén natural. Eso sigue ahí.

¿Cómo es en realidad la organización de una manada de lobos? Quizá podamos aprender algo si lo investigamos.

Cualquier manada de lobos muestra por lo general un plan preciso y natural (no cognitivo) y una lealtad mutua. Un sistema estricto aunque casi anárquico determina la tarea que tiene que cumplir cada animal y el rango que tiene con respecto a los demás miembtos de la manada; como la identidad no está por medio, esas posiciones se mantienen gracias a una comprensión innata de lo que es mejor para la manada.

Tan necesaria es esta jerarquía para el comportamiento de supervivencia que el orden de los cachorros en las tetas de la madre determina su futuro rango en la manada.

Hay una pareja “alfa”, que toma las decisiones que podríamos considerar importantes para la supervivencia, pero tienen a un lobo beta que les asiste y desarrolla una tarea compleja.

Se trata de poner a prueba agresivamente a los lobos solitarios que quieran unirse a la manada y de marcar las presas recién abatidas con su olor, porque a esa presa se le tiene que aplicar la marca de dominancia para que los lobos inferiores esperen su turno. Si lo miramos de cerca, no es cuestión de que la fuerza bruta salga ganando; es que, desde el punto de vista de la manada, los más fuertes deben sobrevivir en beneficio de todos.

Los diferentes rangos reciben comida de valor nutritivo y cantidad variable, lo cual hace que cada lobo desarrolle un olor que indica al instante su rango a los demás miembros de la manada, aparte de su aullido, que es independiente y reconocible.
La hembra alfa es la líder territorial, porque ella, cuando hay otra manada de lobos cerca, da la batalla por el control del territorio. Si se vuelve débil, le pasa la tarea a una hembra más joven, que en ese caso se convierte en líder.

Así, la manada se organiza y se mantiene bien.

Miremos ahora el comportamiento de manada de los humanos, aunque en atención a la falsa dignidad humana lo llamaremos comportamiento tribal o social.

¿Qué es en realidad una tribu?

Su etimología es latina y viene del número tres, cuyos casos dativo y ablativo son tribus. Por tanto “tribus” podría significar “para los tres” o “con los tres”.

Eso recuerda la visión de Aramis, Porthos y Athos... a los que debemos añadir nuestro héroe D’Artagnan: “Todos para uno y uno para todos”.

Ésa fue la base de la tribu natural, y si incluimos en esa protección del “todos para uno y uno para todos” la protección de los niños y del medio ambiente, tenemos la herencia natural del ser humano y la función de la fuerza de la vida, que en los humanos es distinta de todos los demás animales.

Por desgracia, las manchas de la identidad ya se han ocupado de eso y lo que el ser humano ha generado a partir de las primitivas bandas de cazadores recolectores –que eran sistemas tribales igualitarios o estratificados con un macho alfa que respetaba a sus miembros y al medio ambiente que los sustentaba– son sistemas deplorables (se les puede llamar civilizaciones) donde hay rango social y prestigio, con jerarquías sociales complejas y gobiernos organizados en instituciones.

El camino verdadero y natural de la tribu, basado en impulsos naturales que seguían la fuerza de la vida, ha dado paso a una actitud completamente egocéntrica de sus miembros, de los que se espera que formen un Estado egoísta, protegido por la lealtad, adquisitividad y aversión que él mismo enseña, mientras alza los estandartes de la nobleza civilizada, la compasión y la benevolencia, con funciones que el propio Estado delimita.

En cualquier manada de lobos hay conflicto, pero pocos resultan heridos o seriamente dañados. La manada humana, por otra parte, hace la guerra.

Las guerras, que eran endémicas entre las primeras tribus humanas, a menudo estaban altamente ritualizadas y desempeñaban un importante papel para asistir a la formación de una estructura social entre ellas; permitían que se desplegara el valor, pero esa expresión física tenía como consecuencia relativamente pocas heridas y aún menos muertes.

Por otro lado, las sociedades modernas “civilizadas” son más que capaces de entrar en guerras totales de exterminio. El ser humano básicamente ha perdido el valor de la estructura de tribu o manada y ha alterado las reglas de la supervivencia natural, de manera que lo principal es la supervivencia egoísta y la tribu, los niños y el medio ambiente quedan olvidados como conceptos sin valor alguno. Cuando se los menciona no es más que de boquilla y en beneficio del egoísmo hueco del Estado.

Por supuesto que la mayoría de las personas civilizadas abominan de la guerra por diversas razones, pero ponen las condiciones para ella con sus actos de adquisitividad y aversión.

Qué extraño que el magnífico lobo haya evolucionado hasta convertirse en un juguete del ser humano. Aún así, ahí fuera en la naturaleza salvaje, en condiciones hostiles, sigue sobreviviendo como una criatura hermosa, al mismo tiempo que sus hermanos han ido evolucionando hasta acabar como perros, serviles a la identidad humana colectiva. El perro aún tiene el espíritu del lobo, pero ¿dónde está el espíritu humano en nosotros?

Como seres humanos, hemos dejado atrás el carácter del indio norteamericano que mantenía una unidad con la naturaleza, el gran espíritu, y nos hemos convertido en tribus de un solo miembro, una contradicción en los términos, porque las familias de tres personas son incapaces de mantener los lazos de unidad que un grupo de tres lobos sí tiene.

Los mayores momentos de gloria del ser humano han surgido cuando se han comportado como perros salvajes con un líder dominante y un sistema abierto, pero aun así faltaba la lealtad de los lobos y la riqueza y el prestigio ocupaban el lugar del honor, la dignidad natural y la cercanía. Así, seguimos intentado rebajar a los descendientes de los lobos a nuestro nivel y matar cualquier vestigio de la propia naturaleza que pueda quedar en el lobo salvaje. Qué maravillosa criatura somos los humanos, perdidos en una nube de confusion, codicia and aversión destructivas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario