28 de abril de 2010

¿CUÁNDO VAMOS A APRENDER?






Si me hacía alguna falta reforzar mi idea de que los seres humanos estamos locos, la encontré ayer, cuando me interpuse, con resultados desastrosos como podéis imaginar, en una pelea entre dos perros.
Hoy camino arrastrando mis pies hacia delante con dolor, porque ambos están dañados y mis dedos, cortados y golpeados.

La razón del daño es que cuando los sujetaba del collar para apartarles me caí, y una vez en el suelo, con los dos perros –un doberman y un sharpei– tirando para atacarse el uno al otro, seguí agarrándolos y me arrastraron como a una estúpida muñeca de trapo.

Sin embargo, conseguí mantenerlos más o menos apartados y por lo menos impedí que el doberman le hiciera daño al sharpei, pero en un momento dado el sharpei se soltó y mordió la base de la cola del doberman con sus potentes mandíbulas.

Entonces llegó la ayuda. Los separamos y, estando tirado ahí cubierto de barro y polvo, me sentí bastante tonto porque si esos dos perros hubiesen sido dos lobos del bosque que se peleaban nunca habría saltado a la refriega… aunque quizá hubiese hecho algo.

Pero ¿por qué?

En el caso de los perros, los conozco. Son animales amables, en especial el doberman, y me suelen recordar al toro Fernando porque se dejaron de pelear una vez estuve en contacto con ellos. Está claro que la reputación terrible de ciertos perros es una calumnia de la mala prensa.

De todas maneras, quise analizar la razón por la que me metí de golpe en una situación tan peligrosa.
La respuesta era sencilla: no quería que se hicieran daño. Pero si ése era el caso, ¿por qué lo habría evitado si se hubiese tratado de lobos? ¿Por miedo a que me hicieran daño? No. Eso lo desconté. Era por la certeza absoluta de que el conflicto era estéril.

Para ellos, en sus mentes, la cuestión era el dominio; pero ¿dominio sobre qué? Se les alimenta, se les baña, se les vacuna y se cuida de su salud. Era el imperativo territorial en relación con su percepción del espacio.
Los dos son bastante naturales y con tiempo se les podría entrenar (el doberman ya ha sido entrenado y se limitó a defenderse).
Así pues, ahí estaba: en un instante vi la estupidez de pelear sin ningún motivo real.
Había algo inaceptable sobre esa violencia.

Ahora recuerdo que, cuando veo documentales de conflicto natural y veo a un búfalo que cruza un río y es atacado, mordido y despedazado por cocodrilos, tengo una sensación de ligera repulsión pero veo a la naturaleza en acción. Cuando veo a un gran tigre que ataca a un antílope indefenso, sé que es la naturaleza en acción. Hay una punzada en mi interior y, aunque hay un impulso que quiere que el animal más débil escape, sé que es importante la supervivencia de los más adaptados.

A uno de mis estudiantes le hicieron la misma pregunta hace poco y dijo que la mayor dificultad era no intervenir cuando veía a un gato jugueteando con un ratón que había cazado. Pero eso también es la supervivencia de los más adaptados en acción, y es incorrecto interferir.
Así que vuelvo a esa idea… Actué porque vi la inutilidad del conflicto y conocía personalmente a los combatientes.
Hice un juicio instintivo sin pensamiento consciente y ahora puedo ver la razón inconsciente.
Mi sistema biológico, como el de todos los demás seres humanos, es bastante sabio cuando se trata de ser eficaz. Puede tomar decisiones sin interferencia consciente, pero aun así lo usamos poco a menudo.

Cuando veo a dos personas que se enzarzan en un conflicto verbal, tengo el mismo instinto de intervenir, pero no lo hago. ¿Por qué? No es porque esté funcionando un imperativo territorial natural, aunque ése es el motivo para muchos de los conflictos cotidianos y triviales

Como estos conflictos son tan comunes, se han convertido en la regla. El ser humano casi siempre está en conflicto con otros. Sí, en general parece como si reinara la paz, pero por debajo se están gestando conflictos potenciales, porque el simple pensamiento celoso, el concepto envidioso, la ira, el odio, el detestar… casi todos tienen como raíz este imperativo territorial. Qué idiotas somos. ¿Es una sorpresa que constantemente haya guerras y regateos políticos?
Somos seres territoriales con un cerebro que tiene la capacidad de ver nuestra locura al instante, pero estamos gobernados por una identidad que anula cualquier inteligencia natural y provee razones cognitivas para nuestra estupidez.

Como animales, somos todos de calidad inferior a los lobos, los tigres e incluso a nuestros dos perros combatientes, porque si parásemos un instante podríamos ver la locura y refrenarla… pero no lo hacemos.
La identidad y el imperativo territorial (que incluye lo sexual) están en acción.
En el Homo sapiens, el potencial de ser un rey sabio nunca ha cristalizado.

Con todo nuestro conocimiento, seguimos siendo incapaces de abstenernos de la locura. Nuestro cerebro cognitivo, controlado por la identidad, nos gobierna. Somos cautivos y esclavos del virus humano.
Por desgracia no hay ningún loco por ahí que intervenga y detenga la locura… Sigue y sigue cada día. Los Budas, los Cristos y los grandes filósofos pueden hablar cuanto quieran… sus vidas pueden ser ejemplares, pero nosotros seguimos dale que te pego…

“When will we ever learn? When will we ever learn? Long time passing.”
(“¿Cuándo vamos a aprender? ¿Cuándo vamos a aprender? Hace mucho tiempo”).

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