22 de abril de 2010

EL CONFLICTO HERMOSO





Esta mañana, en medio de una gran mata de salvia, he visto una flor blanca que se hacía un hueco a través de las hojas y más abajo otra, aún sin florecer, que se abría camino hacia la luz.

Una vez más me sorprendieron los notables programas de supervivencia de la naturaleza. Había una mata de salvia y un lirio –pues ésa era la flor– compitiendo, pero era una forma neutral de competición en la que ninguna era consciente de la otra ni del resultado potencial.

Me trajo a la mente toda la naturaleza y lo que a nuestro modo humano manchado vemos como “conflicto”, cuando en realidad es bastante hermoso e íntegro.
Me pregunté por la conciencia relacionada con la supervivencia y recordé que los humanos, usando nuestra inclinación para dividir las cosas, hemos decidido que hay nueve divisiones de la conciencia humana.

Son las cinco conciencias normales de los sentidos, la sexta que es la mente que se ve a sí misma pensando (el consejo interno de lo que es el objeto), la séptima que es la conciencia interna pensante afectada por la identidad, y la octava, un estado superior de conciencia normal potencial que aquí podemos tomar por la conciencia del Principio Masculino (Alaya).

La novena en realidad es lo que en Chan y Dao llamamos el Principio Femenino, que es una sabiduría trascendental no conceptual.

Es el Principio Femenino el que es un continuo ininterrumpido de acontecimientos, con actividades resultantes pacíficas y sin esfuerzo cuando se expresa. Es el “ser” sin identidad que está en equilibrio y el ser sin identidad que se orienta a los demás, a los animales y al medio ambiente en Unidad.

Así pues, tenemos algo que los demás miembros del mundo viviente no tienen… esa novena conciencia… qué maravilloso, aunque está bien oculta por la séptima conciencia, que tampoco posee ningún integrante del mundo animal.

Qué gran pena: un magnífico don destruido por el virus de la identidad que se nos ha echado encima.

La buena noticia es que esta mente manchada se puede apartar y, con contemplación correcta, se puede eliminar.

¿Quién tiene el valor de hacerlo?... Muy pocos.

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