17 de abril de 2010

SI PODRÍAS VERLA CON MIS OJOS.


Es mi criatura favorita entre los mamíferos. Lo llamamos orangután, pero eso no es más que un nombre. Recuerdo una película llamada Cabaret en donde un cómico cantaba una canción en la que estaba enamorado de una gorila, y en anticipación de la posible hostilidad del público la canción se llamaba “Si pudieras verla con mis ojos”.

Es más profundo de lo que parece cuando lo oyes por primera vez, porque si pudieras ver este animal como lo veo yo –de hecho, como veo a todos los anmmales no humanos– entonces tú tamién sentirías el asombro, el éxtasis, la dicha, el bienestar, la alegría, la compasión y el afecto benevolente por todos.
Es extraño en realidad cuando pienso que comparto más del 98% de mis genes con los grandes simios. Soy primo del orangután, el gorila, el chimpancé y el bonobo.

Sí, el bonobo, quizá el primo más cercano que tenemos. No muy diferente de nosotros, en realidad.

¿Por qué siento este afecto y esta unidad con ellos?

Primero pensé que era admiración por su destreza y habilidad e incluso por su belleza. Pero no era eso. Lo descubrí por primera vez hace años cuando estudiaba en la universidad de San Diego State, durante las clases de psicología animal comparada con el encargado de mamíferos del zoo.

No fue el orangután el que me cautivó, sino el mono araña. Echando un vistazo hacia atrás, sé que al verlos jugar y columpiarse con enorme destreza lo que me cautivó fue su inocencia.

Estaban jugando con gran bienestar momentáneo en una jaula. Estaban alegres, no con la alegría humana manchada por la identidad, sino con una alegría que era natural. Como resultado, yo también me puse alegre. Ésa es la clave, como ves, estar alegre porque otra criatura está alegre.

Ahora tenemos cinco Sharpeis y un Doberman, y capto esa inocencia incluso cuando hacen cosas que provocan problemas sociales.

¿Por qué es atractiva esa inocencia? Porque yo no la tenía. El ser humano no la tiene. La perdimos hace mucho cuando la identidad comenzó su reino y nos vimos separados de todo otro ser viviente por una mente pensante dual.
Son primos nuestros, estos orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos. Están tan cerca de nosotros que comparten más del 98% de nuestros genes.
Claro que estos grandes simios no son monos.

Eso les debería gustar a los orgullosos aislacionistas humanos. Pero sólo quiere decir que los simios suelen ser más grandes y pesados que los monos, con un pecho ancho y una postura erguida que les permite caminar sobre dos piernas, como los humanos. Aparte de eso no tienen cola y, igual que el humano, dependen más de la vista que del olfato.

Por último, tienen por supuesto una proporción entre el tamaño del cerebro y el tamaño del cuerpo que es alta si se compara con otros animales que consideramos inferiores.

Pero ¿qué hay del bonobo éste? ¿Qué es? Bueno, es como un chimpancé, sólo que más pequeño, y se parece al humano, igual que el orangután. Pero es más.
Se parece al humano: el bonobo es más esbelto y elegante que el chimpancé común, y tiene un torso delgado, hombros estrechos, cuello fino y patas largas.

Su cabeza es más bien pequeña y bien formada, con labios rosados, orejas pequeñas, grandes orificios nasales y pelo largo. Las hembras tiene pechos ligeramente prominentes en contraste con los pechos planos de otras simias.
De hecho, estos simios muestran comportamiento que con nuestra sabiduría humana llamaríamos altruismo, compasión, empatía, amabilidad, paciencia y sensibilidad. Sin embargo, sabiendo que no tienen una conciencia de una identidad separada de todos los demás seres, esos actos no son cognitivos y por tanto, desde mi punto de vista, reflejan lo que está escondido en el interior del ser humano, que ahora es incapaz de alcanzar sin contemplación profunda. 

Nuestro altruismo, compasión, empatía y amabilidad son mentales y están manchados.

Quizá sea buena cosa que no hablen, porque ése fue nuestro punto de inflexión biológico, que le permitió aparecer a la identidad y traernos hasta este punto. Sin embargo, los bonobos tienen conciencia de sí mismos (lo cual no tiene nada que ver con la conciencia de la identidad), porque superan el test de reconocimiento en el espejo.

Sin embargo, aunque sin duda pordemos enseñarles para que aprendan nuestras palabras e incluso para que escriban usando símbolos, nunca han perdido esa inocencia.

Cuando la identidad llega, la inocencia se pierde... Está claro que el ser humano respeta pocas cosas y la inocencia en particular no es una de ellas... la inocencia de los míticos Adán y Eva. Hoy hay menos 10.000 bonobos. Son una especie en peligro de extinción.

Así que continúo con mi alegría y ellos con su inocencia, y sigo escribiendo con la esperanza de que los que tengan afinidad por la causa de la vida animal mirarán más hondo y despertarán su propia inocencia y permitirán que su deseo y apego a la identidad se desprendan.

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