24 de abril de 2010

LA LIBERTAD NATURAL



Me he despertado esta mañana con el sonido de un ruiseñor, el caza-moscas del Viejo Mundo que también se despide cantando al sol poniente. Todos los años llegan por esta época desde el norte de África, y sus magníficas melodías y su fuerte crescendo silbante llenan los bosques con una bienvenida especial.
Entonces me vino a la mente un pensamiento extraño.


¿Era su música lo que me extasiaba en realidad o era algo más profundo? Si hubiera habido un ser humano ahí fuera en el bosque quizá me habría encantado, y a lo mejor hasta me habría sentido agradecido, pero no me habría sentido conmovido de la misma manera. ¿Por qué?

La respuesta vino sin tardanza.

Las llamadas de los machos –que combinan un rango impresionante de silbos, trinos y gorjeos– eran naturales y espontáneos y provenían de una criatura que era completa en todos los sentidos y hacía lo que su verdadera naturaleza de ruiseñor le decía que hiciera.

Era esa música, que brotaba de su propia naturaleza, la que me conmovió, no la melodía en sí.

¿Por qué me iba a conmover así? Porque ese ruiseñor era libre, y ni yo ni ningún otro ser humano de este mundo de hoy podemos expresar esa libertad con la misma magnífica expresión natural. No somos libres.
Los animales que vuelan y los que reptan bajo la tierra son los únicos seres vivos que por el momento son verdaderamente libres, mientras nosotros invadimos su territorio y su libertad. Con el tiempo tendremos éxito en destruir el planeta, quizá antes de trasladarnos a otro.


Sí, incluso en una gran área de bosque los animales de aquí no son libres. Nosotros vivimos aquí acompañados por seis perros, que no son libres. No tienen libertad para correr donde les apetezca y cazar y jugar. No, están contenidos dentro de lo que se considera nuestra propiedad.

Están restringidos para que no molesten a nuestros vecinos. La presencia de cualquier animal que invada ese espacio del ser humano se debe dominar y controlar, o habrá que sacrificarlos.

A mí personalmente no me gusta vivir en un mundo donde la naturaleza no es libre de actuar sin la aprobación de los humanos. Me consuelo con la certeza de que, antes o después, la humanidad perecerá por su propia mano y la naturaleza recuperará una vez más su lugar soberano.

Sin embargo, mientras el ruiseñor canta, los perros corren, los jabalíes nos visitan para escarbar sus baños de barro, y todos los demás tipos de criaturas rinden homenaje a la madre tierra, en su presencia puedo tocar apenas un instante un vislumbre de lo que el ser humano ha tirado por la borda.

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